sábado, 8 de noviembre de 2008

Pasajero frecuente



Una consecuencia directa de que haya un horario establecido para el paso de los buses aquí es que el horario de mucha gente se empata, o sea, todos toman el mismo bus a la misma hora, sea para ir a trabajar o estudiar, o para regresar a casa. Por tanto, no es de extrañar que uno se tope con las mismas caras de ida o de vuelta, tanto así que ya se puede saber que, en el paradero de dos cuadras más allá, se sube el señor que lee un libro en Braille.

Por eso, después de unas cuantas semanas, muchos rostros son familiares y empiezan a reconocerse entre ellos. Eso para mí es complicado. Con la frágil memoria que tengo a pesar de mi corta edad (no sean irónicos en sus comentarios, por favor), puedo recordar a personas específicas en contextos específicos, como que hay una señora de pelo cano que se baja en la calle John. Pero ¿qué pasa si esta misma señora se me cruza un día en medio del Quad y me sonríe? Probablemente piense qué amable esta mujer para andar sonriéndole a cualquier NN que se le ponga enfrente, pero no podría hacer la conexión inmediata con el bus. Y ¿qué pasa si, por algún milagro divino, logro recordar una cara de las que se suben al bus pero en otro lugar? Probablemente no haría lo mismo que la señora, sino que pensaría ah, ese es el fulanito que se sube en la escuela, pero ni loca lo saludaría.

Por otro lado, puesto que cada pasajero tiene una característica con la que lo identifico, hay casos en los que esta característica es una muy extraña o peculiar. Algo que me ha llamado la atención acerca de mucha gente en este país es que no es raro encontrar gente con alguna alteración psicológica o algo por el estilo. Y el bus es un buen lugar para ubicarlos. Si no es un hombre que habla de sus hazañas en la guerra mientras acaricia su desaliñado pelo largo, es una chica que se habla a sí misma de temas inexplicables. A mí me asustan, como a la mayoría de extranjeros aquí; no estoy acostumbrada a que, de la nada, un desconocido me empiece una incómoda conversa en pleno viaje.

Por extensión, otro punto de concentración de personajes como los mencionados arriba son los paraderos de bus. Todavía guardo en mi memoria aquella vez hace unos meses en que estaba con todas mis bolsas del supermercado, contando los cuatro minutos que faltaban para que llegara el bus. De pronto, apareció un tipo arrastrando unas bolsas, cantando alegremente, me miró y me dijo “Heeeeeyyy… blablabla”, lo que debe leerse como algo inentendible en inglés que prefiero no imaginar qué fue. Yo solo avancé unos pasitos pensando Dios, recógeme.

Para escaparse de los loquitos del paradero, nada mejor que ponerse a salvo entrando al bus. Pero para escaparse de los loquitos del bus, nada mejor que bajarse. Pero ¿cómo hacer para que el chofer sepa dónde me quiero bajar?

domingo, 26 de octubre de 2008

Reglas de educación

Una de las diferencias más interesantes que noté desde que me volví caserita de los buses aquí es la cuestión de la educación. Venir a estudiar a Urbana representó para mí el cambio de vivir en una ciudad grande (no voy a decir enorme, porque sé que hay otras más grandes) y completamente caótica por tener que albergar a casi ocho millones de habitantes a vivir en un pueblito de 210 275 personas (e incluso creo que se considera en esta cifra a todo el condado o algo así).

La reducción es significativa en todo sentido, especialmente en el trato entre la gente; y eso se nota aun más al tomar un bus. Al subir al bus, en un paradero oficial (léase uno no puede estirar la mano en cualquier sitio y esperar a que el bus frene intempestivamente para que uno se suba… es más, uno no tiene por qué estirar la mano, si ya está en el paradero, el bus se detendrá de todos modos), el ritual es, en mi caso, enseñar mi carnet de la universidad (a.k.a ID “ai-di”) para no pagar pasaje y seguidamente saludar al conductor (hello, good morning o buenos días, si el conductor ya se dio cuenta de que hablamos español). He aquí una sorprendente costumbre americana, típica de ciudad pequeña como esta, que tanto me ha costado –y me cuesta- adoptar.

Todo el mundo saluda, y hay gente que hasta entabla una conversa con el chofer que dura todo el viaje. Básicamente, la razón de tanta familiaridad reside en que los conductores de los buses son personas de aquí mismo, que pueden vivir al costado de tu casa, te puedes encontrar comprando en el Walmart, o que puedes ver agarrando su auto para regresar a casa después de una jornada de trabajo manejando el bus. De hecho, muchos buses tienen pegados avisos a sus costados que presentan a los conductores, como para que la gente vea que son del lugar.

El ritual termina, por supuesto, cuando uno se baja. Se espera que uno agradezca el servicio y, así utilicemos la puerta de atrás para bajar, debemos alzar la voz y decir thank you para que el chofer se sienta contento. Él mismo puede responder a nuestras palabras con un no problem o thank you también. De todas formas, esta segunda parte de la cortesía no es cumplida por todo el mundo, y he observado que mucha gente se baja sin decir ni pío. Bajo esta premisa, la mayor parte de las veces yo hago lo mismo, es decir, me bajo nomás. Todavía no me acostumbro a andar con tantas delicadezas, me hace sentir aduladora o hipócrita. Sé que no es así, pero se me hace difícil. El otro día estuve pensando por qué, y solo puedo decir que imaginarme haciendo lo mismo en Lima sería francamente ridículo. Creo que solo las viejitas que suben a las combis saludan, y son aquellas que luego se dedican a quejarse de la velocidad o que le dicen al cobrador “no te voy a pagar hasta que me baje”. El razonamiento es más o menos común, me parece, para todos los que abordamos una combi: ¿por qué voy a saludar a este fulano al que no conozco?

Y ahí no queda la cosa. El factor cordialidad no solo se da con el chofer del bus, sino que se extiende a otros pasajeros, pero ese es tema de otra semana.

Aquí dejo un video sobre las combis que encontré en YouTube.

viernes, 17 de octubre de 2008

Microdependencia

He escogido empezar hablando del transporte porque, sin duda, es uno de los temas que más debe sorprenderme (imagino que a otros peruanos les pasa lo mismo). Por ahora quiero hablar sobre el transporte público, los buses, que usamos aquí; no hay metro por si acaso, supongo que porque es una ciudad tan pequeña que no se necesita uno.

Yo vengo de una ciudad en la que el transporte público por excelencia es la combi, uno de esos carritos bajitos en los que hay que doblarse para subir o bajar. También hay las grandes en las que uno puede ir de pie, claro. Mi experiencia “combística” se reduce a Lima básicamente, he subido a algunas otras en Chiclayo y Cuzco, pero en contadas ocasiones. Tengo que añadir que también hay micros en Lima, que son estos buses grandes pero normalmente viejísimos que suelen demorar mucho más tiempo en llegar a cualquier lado (porque son viejos y porque a una combi nadie le gana, ni una luz roja ni un policía que dice “pare” con la mano).


De esta manera, viniendo yo de un lugar en que las combis pululan como abejas en panal, adaptarme a otro sistema de transporte representaba todo un reto en mi vida. Para empezar, acá no hay combis ni chiquitas ni grandes, sino solo buses… y grandes. Y para agregar, los buses tienen hora fija.




Y aquí aparece la explicación del título de este post. De un tiempo a esta parte, mi vida depende del bus. Mi casa está relativamente lejos del campus (el “relativamente” tiene que ver con el tamaño de las distancias en Lima, cosa que también resulta sumamente llamativa y de la que hablaré luego), así que religiosamente tomo bus todas las mañanas. Casi todos los días, mis clases empiezan a las 9, de manera que el último bus que puedo tomar para llegar puntual es el que pasa a las 8.28. Conclusión: como ya dije, mi vida depende del bus. Se puede ir al diablo el desayuno, el preparar mi taper para tener almuerzo ese día, el pensar bien si mi ropa combina, y hasta algún libro, pero no se me puede pasar el bus. Ya me ha pasado más de una vez, salgo hecha una loca a cruzar la calle y postergo el café para cuando llegue al campus. Si se me pasa el bus, estoy casi frita, el siguiente pasará a la media hora (o sea llegaré tarde a clase).

Por supuesto que a tres cuadras de aquí pasa otra línea que podría llevarme, pero esa tiene también su propio horario y eso haría que llegue tarde. Este ha sido uno de mis primeros desajustes, ya no soy yo la que decide a qué hora salir de casa sino es el sistema de transporte. En Lima, solo debía hacer un cálculo del tiempo que toma el recorrido, pero confiaba en que una misma línea de combi pasara cada dos, tres, cinco minutos. Y si no pasaba, había tres, cuatro líneas más que podían dejarme cerca.

Al menos, me queda la certeza de que el bus siempre pasa, a su hora, pero pasa. Claro, si es que no es muy de noche o fin de semana…

viernes, 10 de octubre de 2008

La razón por la que estoy aquí

El título es ambiguo y me gusta así: "aquí" hace referencia a, por lo menos, dos cosas. La primera es este blog... hace ya un tiempo que se me ocurrió escribir algo pero no me animaba. Quiero escribir algunas cosas personales porque tengo ganas de escribir, más allá de si despierta interés. Y tengo ganas de escribir porque, desde hace más de un año, mi vida ha cambiado en algunos aspectos y me gustaría explicar en cuáles.

La segunda referencia de "aquí" es el lugar físico en el que estoy y que también está mencionado en el título del blog. Vivo en el Midwest americano, en el estado de Illinois, en la ciudad de Champaign, que es ciudad vecina de Urbana, por lo que ambas son más conocidas como Urbana-Champaign, Champaign-Urbana o, pa los amigos, "Chambana". Mi mudanza a este lado del hemisferio se dio hace más de un año, y por eso mismo dije que mi vida había cambiado.

Finalmente, como para darle más sentido a mi explicación, tengo que agregar que estoy aquí porque estoy estudiando en la Universidad de Illinois, que mi visa se vence en mayo y que mi intención es hablar aquí (otra vez la dichosa palabrita) de esas cosas que me han llamado y aún me llaman la atención de este país/ciudad/lugar, sobre todo al compararlo con Lima, donde estuve viviendo hasta que vine (y desde que nací).