El transporte no es la única experiencia a la que uno se debe enfrentar cuando cae de pronto en este lugar. Para mí, el cine sigue brindándome sorpresas, algunas no tan encantadoras.
Hace unos días fui a ver Gran Torino con unos amigos; dicho sea de paso, la película es muy buena y Clint Eastwood es genial. Ese día hice algo que no acostumbro hacer aquí cuando voy al cine: comprar canchita. La primera vez que compré canchita, estaba emocionada y ansiosa por comer, porque me encanta y puedo acabarme una bolsa de esas grandecitas yo sola. Eso es lo que hago cuando voy al cine en Lima. Aquí, mi emoción se desplomó en el primer granito: todas las canchitas vienen con mantequilla; no es que el sabor me parezca repulsivo, pero no es igual para mí. Siempre he pensado que la mantequilla en la canchita siempre es un adicional de grasa que no me deja disfrutar como yo quiero, porque siempre me deja la culpa en la cabeza de estar aumentando mi colesterol al 200%. Bueno, pues parece que el concepto del pop corn gringo no está completo si los granitos de canchita no tienen color amarillo. Es más, todavía hoy no deja de sorprenderme que el vendedor me pregunte si quiero extra butter para mi bolsa… ¿más grasa para mi comida? ¿por qué no me das una barra de mantequilla y le pones una canchita encima? Yo sé que esta queja es completamente personal y hay gente a la que le gusta la combinación, pero toda mi vida he comido canchita sola (sin ingredientes extra) y eso es lo que la hace tan rica.
Hay, por otro lado, una nada sorprendente coincidencia con los cines limeños, y es el precio de los productos. Más allá de los combos de canchita y gaseosa, comprar una barra de chocolates o unas gomitas puede dañar severamente nuestro presupuesto del mes, así que no es raro ver que mucha gente camufla en sus bolsos sus propios snacks y latitas de gaseosa… total, no hay mucha revisión al momento de chequear los tickets. El precio de la entrada también es alto, pero aquí uno puede “disfrutar” de un descuento mostrando su carnet de estudiante. Por supuesto que el descuento no hace que el precio baje a una cantidad ínfima, normalmente pago un poco más de seis dólares presentando mi identificación. Eso es lo que más me detiene de ir al cine con más regularidad, no voy más de dos o tres veces cada semestre; creo que voy prácticamente el doble de veces durante las vacaciones que paso en Lima.
Sin embargo, existe otro obstáculo para ir con mayor continuidad al cine… y ese es el tema de la ubicación.